René Maltête
En una de las últimas Cartas sobre temas de actualidad que publica Politique autrement, club de reflexión independiente sobre renovación de las democracias en los países desarrollados, dirigido por el sociólogo Jean-Pierre Le Goff, Céline Pina, concejal municipal francesa, denuncia la renuncia de los políticos y la alta administración a defender los ideales y principios de la República frente a la influencia creciente de los islamistas sobre los franceses de confesión musulmana.
La autora señala que del optimismo del fin de la historia anunciado por Fukuyama en 1992 se ha pasado a prestar crédito al vilipendiado Huntington que anunciaba que el mundo postcomunista estaría marcado por el conflicto y el cuestionamiento del modelo consumista liberal occidental por la exigencia identitaria, sobre todo de parte del islamismo entendido como nuevo totalitarismo.
Señala Pina que los políticos se han negado a ver esta realidad, y que, creyendo en el final de las ideologías, se han reconvertido en gestores y comerciantes, dividiendo el cuerpo electoral en clientelas para precisar mejor a qué intereses servir para ganar, conservar, e, incluso, confiscar el poder.
Se remarca, empero, que lo peor de este clientelismo comunitarista es el vínculo que se establece entre el político y el que instrumentaliza su comunidad, como líder autoproclamado, que para autoafirmarse desarrolla una propaganda totalitaria sobre fondo del odio a Francia considerada como impía, del odio a los franceses tenidos por racistas, y sobre la base de reivindicaciones culturales pero sobre todo cultuales, que son contrarias al espíritu de las leyes, y del contrato social.
Así, la presión agobiante de salafistas y hermanos musulmanes ha creado los llamados "territorios perdidos de la república" donde, incluso a pocos kilómetros de Paris, parece cambiarse de espacio y de tiempo, en el que "la inhumación de las mujeres bajo velos que son la mortaja de su igualdad con los hombres y de sus libertades es el primer signo del dominio del islamismo sobre un territorio".
Indica Pina que este clientelismo sistemático con fines electoralistas, que deviene en cerrazón comunitarista y amenaza para la democracia, contó en 2012 con la fundamentación teórica del think-tank Terra Nova, próximo al Partido Socialista, que explicaba que había que abandonar el discurso orientado hacia las clases populares, y sustituirlo por otro dirigido a grupos descritos como minoritarios u oprimidos en razón de sus orígenes en la inmigración, de su sexo (mujeres), y de sus prácticas sexuales (homosexuales). Se termina, pues, por no dirigirse a ciudadanos sino a comunidades. Añade Pina que, para la formación de las listas regionales en vista de las elecciones de ese mismo 2012, y en lo tocante a los candidatos de la "diversidad", se prefirió no a personas provenientes de familias humildes y extranjeras que hubieran terminado fructuosamente sus estudios, sino a otras que hubieran fracasado en la escuela o cometido pequeños delitos, en nombre de una mayor "representación" de la gente de los barrios de la inmigración. "Difícil para este tipo de representante electo -afirma Pina- acceder a la noción misma de interés general o de superar la representación comunitarista en beneficio del interés general, porque eso supondría cortar la rama sobre la que está sentado".
Extrapolando el caso francés a la situación española, puede comprobarse cuán nulamente representativo y pernicioso resulta el sistema electoral proporcional de listas cerradas y abiertas, que abre la puerta a un comunitarismo desestabilizador y totalitario. Apelar, en este sentido, a la homogeneidad del cuerpo electoral y del sujeto constituyente resulta ilusorio, inútil y racista, pues la constitución de las diversas mónadas electorales republicanas, representantes en microcosmos de la sociedad civil, bloquearía esta amenaza comunitarista e identitaria, basada en el victimismo y el sometimiento de los intereses de la mayoría a una minoría insaciable, sostenida y alentada por la ideología socialdemócrata de los políticos de la partidocracia.