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El ideal de convivencia que Kant quería en su obra La paz perpetua como permanente, sólo se ha materializado con este carácter en el terreno de la campaña electoral. Así, Marina Alías en Vozpópuli señala que España bate el récord europeo de mayores elecciones generales en menos tiempo y en un contexto pacífico, con una factura final para los ciudadanos de unos 538 millones de euros. ¿Cuál puede ser el motivo de tantas votaciones (que no elecciones pues no se elige a ningún representante, sino que se refrenda una lista de partido previa) en tan poco tiempo? Responder a esta pregunta exige tener en cuenta varios factores como la naturaleza de la partidocracia que sufrimos, y sus crisis y necesidades de reajuste duro.
La partidocracia o Estado de partidos es un régimen de poder que consagra a los partidos como únicos actores de la vida política, cuyo solo objetivo es el control del Estado y el reparto de sus parcelas de poder; por otra parte, si fue la separación de poderes el paso necesario para la democracia representativa, es la inseparación de éstos (sólo existe separación de funciones, como en el Franquismo) la que sostiene la falta de control del poder ejecutivo, y la inevitable existencia de la corrupción como factor de gobierno. El ciudadano, o mejor dicho, súbdito, en esta Monarquía de partidos, sólo puede aceptar lo que le dan ya hecho: unas listas electorales formadas por candidatos que deben obediencia al jefecillo de cada partido que les ha puesto allí, sin que quede, según la llamada Constitución del 78, otra forma de participar en la vida política. Vemos, pues, cómo queda invalidado y negado el principio de representación política que, junto a la susodicha separación de poderes, constituye el elemento definitorio de la democracia formal.
Dichos irrepresentantes de los súbditos, para justificar su acción antidemocrática han venido empleando la idea del consenso, en sustitución de la de la fuerza de la mayoría que está en la raíz de la idea de democracia, y desde la llamada Transición, o Transacción entre las fuerzas del régimen dictatorial saliente, y las aspirantes a integrarse, tras la travesía del desierto de la oposición más o menos tolerada, en el nuevo régimen oligárquico naciente, se polarizaron en dos partidos políticos, como dos cabezas nacidas de la Hidra troncal del antiguo partido único. Pero el paso del tiempo, la corrupción rampante, y las tensiones inherentes a las luchas por el poder, dieron espacio a nuevos partidos políticos estatales, que, aun aceptando las bases antidemocráticas del régimen, pretendían presentarse falsamente como una renovación del statu quo, como lo ocurrido con el 15-M. No obstante, el votante en la partidocracia está terminando por identificar a estos trampantojos reformistas como lo que son realmente, unos parvenus, unos fallidos "Jóvenes turcos", que sólo aspiran a compartir el pastel del poder con sus hermanos mayores.
En consecuencia, los viejos adalides del bipartidismo neofranquista están hurgando, votación tras votación, en el carácter forzosamente reaccionario y conservador del votante típico del régimen, acostumbrado ya a hacer suspensión del juicio moral ante la corrupción, y a pensar en el "mal menor", para que apueste por "el valor seguro". La única novedad que ha podido verse, a este respecto, son ciertas medidas cosméticas para facilitar que el votante lave su conciencia insensata, incitándole a que se dé de baja en tal registro para no recibir propaganda electoral en su casa, o contándole que se va a reducir las subvenciones a los partidos para hacer campaña, como si no tuvieran a la totalidad de los medios de comunicación al servicio de sus intereses de casta todo el año, las 24 horas del día. ¿Servirá esto, empero, para aumentar la abstención, única arma pacífica de lucha contra este régimen?, es la pregunta que merece a la postre hacerse.