Goya, Murió la Verdad, "Los desastres de la guerra"
La crisis del Ébola en España, de la que se cumple ahora cinco años, es una muestra del nefasto funcionamiento para la sociedad del Estado partidocrático, y que cualquier funcionario puede ver reflejado sin sorprenderse en su sector de la administración. Así, igual que pretendió descargar en el cuerpo sanitario la responsabilidad de cuidar de unos enfermos repatriados de esta enfermedad sin contar con los medios ni la formación adecuada, al cuerpo profesoral se le carga con la tarea de hacerse cargo de programas internacionales sin tener medios ni formación adecuada. Se cuenta para ello con los mismos profesionales que imparten la enseñanza ordinaria, a los que no se les proporciona ni medios adicionales ni la formación específica precisa en tiempo y espacio; es más, pueden sufrir la reducción cicatera de estos recursos, sin que los altos cargos políticos de la Administración renuncien a los objetivos de prestigio propio que se han propuesto, siempre dispuestos a descargar la responsabilidad de lo que ocurra en los funcionarios que están a pie de obra, con el chantaje mafioso de que "serán entre ustedes que evaluarán los resultados de su trabajo". Por ende, el reconocimiento a estos funcionarios de base no vendrá de la Administración partidocrática, que los trata como meros subalternos de los que desconfía, por haber accedido al Estado por principios de mérito y capacidad. De tal suerte, vimos que se descargó la responsabilidad del contagio a la persona infectada, que debía haber recibido una formación de entre 30 y 60 horas en vez de un cursillo de media hora sobre el traje protector -inadecuado por ende para el nivel de riesgo-, recibir una ducha desinfectante y contar con ayuda de otra persona a la hora de quitarse dicho traje, del que tuvo, en cambio, que despojarse ella sola sin ninguna medida profiláctica previa.
Ocurre en ocasiones que en sectores de la Administración que tienen contacto con la población y cierto contenido vocacional, como la sanidad o la enseñanza, el funcionario se acostumbra a estos abusos por cierto sentido de fatalismo, en el que no se sabe muy bien dónde termina el heroísmo y empieza el sometimiento voluntario. Pero esta realidad humana no hace sino resaltar la brutal brecha existente entre los grados inferiores de la administración del Estado y los superiores, los cuadros partidocráticos, dotados de un agudo sentido de casta. Así, el Consejero de Sanidad de la Comunidad implicada se permitió hacer declaraciones de una repulsiva inhumanidad, que él ya no siente, anestesiado moralmente como está después de décadas de pertenencia a la casta política partidocrática, costra incrustada en el Estado, del que forma parte y monopoliza. La soberbia desmedida de individuos como éste actúa como efecto del autoengaño compensatorio de la conciencia reprimida de pertenecer a una oligarquía parasitaria de la sociedad civil, a la que explota y, en el fondo, desprecia.