domingo, 24 de noviembre de 2019

¿LA CORRUPCIÓN ES COSA DEL PASADO?




Robert Doisneau



La reciente sentencia sobre el caso de los EREs en Andalucía que condena a varios dirigentes de los gobiernos autonómicos del PSOE por la malversación y desviación de fondos públicos destinados a trabajadores en paro -unos 680 millones de euros, la mayor de la España reciente- a intereses privados, a veces vergonzantes, ha provocado numerosas reacciones; así, el jefe del partido UNIDAS PODEMOS, y aspirante a vicepresidente en el nuevo ejecutivo en ciernes, ha afirmado que "España ha cambiado y no volverá a tolerar la corrupción", producto del "bipartidismo", que trajo "corrupción y arrogancia", al tiempo que el nuevo presidente de la Junta de Andalucía, del Partido Popular, afirmó, al conocerse la sentencia, que "es un día triste para Andalucía, pero los tiempos de la corrupción y la desvergüenza han quedado atrás". ¿Pero es cierto que la corrupción política es cosa del pasado? Para responder a esta pregunta es necesario describir la corrupción política y su función dentro del régimen político actual.

La corrupción puede concebirse como un asunto circunstancial o estructural. En un sistema democrático, en el que exista separación de poderes desde abajo, y los poderes legislativo, ejecutivo, y judicial se elijan separadamente y actúen de mutuos contrapoderes, controlándose y vigilándose por la misma dinámica de la búsqueda de control del poder característica de la política, la corrupción cuenta con muchas trabas para su desarrollo generalizado. Por el contrario, en un régimen partidocrático, como el existente en España y en la mayoría de países de Europa, nacido a impulso de los EE.UU. durante la llamada Guerra Fría, y donde la separación de poderes no es más que mera separación de funciones, establecida desde arriba, la corrupción política, al ser escasos los mecanismos de control, cuenta con campo abonado para su desarrollo a todos los niveles.

De tal suerte, la corrupción acaba ocupando un papel primordial en la vida política del país y deviene en factor de gobierno. Así, al no existir un principio de representación política, el diputado votado, que no es más que un empleado del jefe del partido que lo pone en la lista, y al que debe su sueldo, se sentirá miembro de una casta aparte, que se identifica por ende con el Estado, al que no tiene ya reparos en parasitar por considerarse parte suya. Si, por añadidura, el jefe de dicho partido accede a la presidencia del gobierno, a caballo de las mismas elecciones legislativas en que se ha votado a su cuadrilla de diputados, que sólo están ahí para auparlo, y no para representar los intereses de sus votantes, tendrá el control de los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, sin control externo sobre el ejecutivo, definición de una dictadura perfecta o de una impoluta ausencia de democracia. Sin esta carencia de control, que se multiplica en los reinos de taifas de las Autonomías, paraísos de la corrupción caciquil, es inevitable la creación de clientelas, y de corruptelas con las que favorecer a los afines.

En conclusión, puede decirse que no es raro ver coincidir en sus apreciaciones sobre la corrupción como algo del pasado a la vieja esperanza engañosa del movimiento 15-M, y al otro representante del funesto bipartidismo, cuerpo bicéfalo del antiguo partido único franquista, tan criticado por aquél. Pues afirmar otra cosa sería reconocer que la corrupción es el elemento determinante de la vida política bajo un régimen oligárquico, donde los partidos tienen secuestrada la representación política del cuerpo electoral, y utilizan el Estado al servicio de sus propios intereses de clase privilegiada, en consonancia con los del oligopolio económico-financiero, mientras ofrecen a los súbditos las migajas de unas llamadas "políticas sociales", y fomentan una ideológica división de la sociedad en "colectivos" y "territorios" discriminados, para debilitarla y distraerla respecto a la situación de ausencia de libertad política, y de control del propio destino.

domingo, 10 de noviembre de 2019

HOY VOTAS, PERO NO ELIGES A NADIE QUE TE REPRESENTE





Edward Kelty



Hoy votas, sí, y todo lo que te rodea te induce a eso (familiares, amigos, medios monotemáticos de comunicación), y te dicen que es eso lo que hay que hacer en democracia. No obstante, también se votaba bajo Franco (aquel cuya exhumación consideran sus hijos políticos como el cierre del círculo de la "democracia"; pura apariencia como lo que hicieron los sucesores de Stalin con los restos de ese otro dictador), ¿y eso era democracia?. Como tu más que verosímil respuesta será no, habrá que tener claro qué es la democracia, y cómo el sucedáneo que te ofrecen en su lugar te permite votar, como Franco, pero no elegir un representante para los dos poderes principales, el legislativo y el ejecutivo.

La democracia es una forma de gobierno en la que la nación legisla a través del poder legislativo, formado por diputados reunidos en un congreso o asamblea que proponen y votan leyes, que la nación luego ejecuta a través del poder llamado ejecutivo, cuyo presidente, que forma gobierno (que a su vez puede hacer propuesta de leyes al legislativo para su debate y eventual aprobación), debe ser elegido en elecciones separadas de las legislativas. A esta clara separación de poderes, se une el llamado poder judicial, poder presque nul "casi nulo" según Montesquieu, que se limita a aplicar las leyes, y que debe ser autónomo en la elección de su consejo de gobierno. 

En nuestra España neofranquista, en cambio, hay unas únicas "elecciones" en las que se "elige" a ambos poderes centrales: mediante un sistema electoral proporcional de listas de partido, en el que el votante no hace más que ratificar unas listas de candidatos creadas por un puñado de oligarcas de partido, estos diputados, que no son más que empleados del jefe que los ha puesto en las listas, una vez en el congreso legislativo lo eligen como candidato a presidente del ejecutivo en un juego en el que nadie pierde, pues el sistema proporcional asegura un reparto de cuotas de poder en el Estado, que es, en el fondo, lo que les interesa obtener a todos. Así pues, el votante del régimen partidocrático se ve totalmente desamparado, pues nadie habrá que represente los intereses de su distrito, y que procure llevar sus problemas a la Asamblea Nacional, produciéndose el espectáculo escandaloso de ver como diputado de Cádiz a gente que nunca ha vivido aquí, pues lo único que importa es completar una lista de fieles al oligarca de cada partido, por lo que su competencia y utilidad legislativa es superflua, ya que los proyectos de ley suelen hacerlos gabinetes especializados de empresas del IBEX, el verdadero poder, al que tanto los llamados partidos de izquierda como de derecha -todos en el fondo socialdemócratas pues viven en y del Estado- se someten, al tiempo que disimulan esta realidad haciéndose adalides de una política de "democracia social", que sirve mayormente para subvencionar a cuadrillas de adeptos.

Lo más trágico, en fin, es que el votante no se plantea siquiera esta forma de despotismo y parasitismo al que se ve sometido gustosamente, pues lo que hace con su voto es proporcionar dinero y puestos de trabajo a una oligarquía -que no élite-, que se constituye en el acto en clase política que mira exclusivamente por sus intereses, que identifica, al tiempo, con los del Estado. Y cree, a la postre, que con el solo hecho de haber votado, llevado por fobias ideológicas o por burdos cálculos de intereses, ha cumplido con su deber democrático, sin darse cuenta de que ahonda con cada voto en la fosa de su servidumbre voluntaria a un régimen que lo explota, y que es nocivo para su dignidad e intereses. De modo que, por lo pronto no votes hoy, y párate a pensar en que no cuentas con libertad política.