Ernst Tooker
En este cuadro de Ernst Tooker, de reflejos especulares de pesadilla, se puede ver evocada la frialdad proverbial de la administración que observa inmisericorde al ciudadano forzándole a la engorrosa repetición de actos administrativos que solo contribuyen a su desaliento y a la aceptación inconsciente de su servidumbre voluntaria respecto al Estado como maquinaria crecientemente totalizante y omnipotente.
Existe una obtusa confusión entre gobierno y Estado, por la que se entiende que el cuerpo de funcionarios está al servicio del gobierno de turno, irremediablemente corrupto e incompetente en una partidocracia, por su promoción cacocrática basada en la fidelidad a los pseudomonarcas de los partidos. Nada más lejos, sin embargo, de la realidad. La eliminación del sistema de cesantías se puso en marcha para evitar precisamente esta dependencia. Así, un funcionario de carrera cumplirá plenamente su deber si se niega a firmar las dietas irregulares que le presente el típico cargo político nombrado a dedo en el sistema clientelar inoculado en la Administración. Ya criticamos este estado de cosas en un artículo sobre la crisis del ébola en España, y ahora, con la epidemia del coronavirus se ve como colectivos funcionariales se organizan ya para llevar a los tribunales al gobierno partidocrático de turno por su presunto retraso culposo en la gestión de la crisis sanitaria.
El funcionario de carrera es, pues, un servidor público, y, como persona dotada de conciencia, sabe que se debe a la sociedad civil de la que surge la construcción artificial que es el Estado, y más debe ser así cuando ésta está al servicio de una oligarquía política únicamente atenta a sus propios intereses, que pretende confundir con los del Estado.