Señala Emmanuel Todd en el capítulo I de su obra (La stabilité russe) que la solidez de Rusia ha sido una de las mayores sorpresas de la guerra, aunque, según el autor, no debería de haberlo sido. La verdadera cuestión es cómo los occidentales han subestimado a tal nivel a un enemigo, cuando los verdaderos datos sobre la recuperación económico-política del país eslavo desde principios del siglo XXI, tras el derrumbe de los años 90 del siglo anterior, estaban disponibles.
Todd revisa estos datos, incidiendo en que uno de ellos, una tasa actual de mortalidad infantil en Rusia inferior a la de los EUA, es un factor que muestra que aquél no puede aparecer en estadísticas sobre corrupción por delante de éstos (La mortalité infantile, parce qu'elle reflète l'état profond d'une société, est sans doute en elle-même un meilleur indicateur de la corruption réelle que ces indicateurs fabriqués selon on ne sait trop quels critères [p. 39]).
Si Angela Merkel y François Hollande confesaron que firmaron los acuerdos de Minsk de 2014 para dar tiempo a los ucranianos para armarse, afirma por su parte Emmanuel Todd que tampoco fue un tiempo perdido por los rusos, que necesitaban un periodo para hacer frente a la desconexión de Swift y para afrontar un régimen de sanciones extremo. Así, en la regulación de Internet puede verse una de sus mayores victorias, pues han combinado la presencia de los gigantes norteamericanos del sector con otros campeones nacionales que les permite ser autónomos -recuérdese el caso de la caída mundial de Microsoft en julio pasado, a la que Rusia resultó inmune-.
Según Todd la imagen occidental de un Putin estalinista gobernando un pueblo de imbéciles no puede estar más lejos de la realidad; la "democracia autoritaria" de Putin se inscribe en una continuidad de la historia general de Rusia con sus propias características: en primer lugar, una vinculación visceral con la economía de mercado, a pesar del papel central que juega el Estado; en segundo, una libertad total de circulación para los ciudadanos rusos; y por último, la ausencia completa de antisemitismo, vieja cabeza de turco de los líderes soviéticos. Rasgos todos que hablan de cierta seguridad en sí mismo por parte del régimen.
Por otra parte, las clases medias rusas (de las que salen proporcionalmente casi el doble de ingenieros que de las de los EUA) no han servido al bello sueño occidental de derribar a Putin, tras haber contribuido a la caída del comunismo. Era, de tal suerte, inevitable que la Rusia postcomunista conservara rasgos comunitaristas (propios de la familia tradicional, autoritaria (en la figura del padre) e igualitaria (entre los hermanos)), en mayor o menor medida en todos los estratos sociales, a pesar de la adhesión fervorosa a la economía de mercado.
Tras analizar estos elementos constitutivos de la estabilidad rusa, pasa Todd a analizar su verdadera fragilidad: la demografía.
Señala el demógrafo francés que la contracción de la población masculina reclutable pone en evidencia la propaganda eurootanista de comienzos del conflicto, que afirmaba que los rusos querían llegar hasta Lisboa. Rusia simplemente no dispone de hombres para ello, ni nunca fue su objetivo.
Ante tal penuria demográfica y baja natalidad (común a casi todo Occidente) Rusia ha desarrollado una estrategia particular, la estrategia del hombre escaso (La stratégie de l'homme rare [p. 64]). El ejército ruso ha decidido, pues, hacer una guerra lenta para economizar hombres, mientras desangra al enemigo.
Los estrategas de Washington son conocedores de esa realidad, pero ello les ha llevado a subestimar la capacidad de un Estado que, a pesar de contar con una población decreciente, posee un elevado nivel educativo y un nivel tecnológico muy relevante.
El tiempo corre por el momento a favor de Rusia, aunque ella misma sabe que no eternamente; por eso su única salida es la victoria.
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