El terraplanismo (la creencia extravagante de que la tierra es plana) se ha extendido en los últimos años como una moda por Internet, y ha conseguido adhesiones de jugadores de la NBA, actrices y raperos, aunque para ver lo descabellado de tal planteamiento a éstos les bastaría apartar un momento los ojos de la pantalla de Facebook y ver que lo primero que desaparece de un barco en el horizonte es el casco y luego las velas.
En España los terraplanistas se llaman demócratas, pues dicen que aquí hay democracia, lo que va contra toda evidencia de la falta de separación de poderes y principio de representación política. Su líder actual, el doctor Pedro Sánchez, frustrado erudito a la violeta, recorre el mundo buscando el mítico límite del mare tenebrosum, a riesgo de despeñarse en el abismo insondable. Últimamente recabó en el Foro Económico Mundial de Davos, ciudad en cuyo sanatorio de tísicos se atracaban melancólicamente algunos de los personajes de La montaña mágica de Thomas Mann. Allí, sin el más mínimo catarro ni inquietud intelectual, el presidente se congració de que los grandes poderes económicos no lo consideraran “un rojo peligroso”, a él, tan dispuesto a la sumisión socialdemócrata. También ha sentido recientemente la necesidad de contar con un relator o coronista de sus fazañas julianescas (de conde don Julián) en la Marca Hispánica, auténtico precipicio por el que sí amenaza hundirse; cosa que parece esperar pacientemente como premio de consolación Susana Díaz, que vive su particular otoño de oligarca, rodeada de sus fieles en el fuerte de los privilegios menguados.
Al tiempo que los del PSOE pierden el norte, Manuel Valls pide a Rivera que recupere el centro, que, según decía Antonio García-Trevijano, es una postura de gobierno y no ideológica. Apuestan los naranjas por una “geometría variable” de alianzas tras la votaciones, eufemismo geotétrico que oculta su inmoralidad inherente de partido pactista del régimen carente de cualquier principio propio. Un jugador de ajedrez Rivera, como lo definía su votante Gustavo Bueno, perdido en la vasta llanura de sus definiciones de democracia abstracta-taxonómica y concreta (en la que no cabe la de democracia formal, que le es ajena).
Mientras tanto, la Nueva Derecha (sub voce VOX), recurrirá a una empresa externa para “examinar” a sus candidatos a las votaciones autonómicas, triste prueba de que no son más que nuevos oligarcas del Estado de partidos que tienen secuestrada la representación política, que no permite que los ciudadanos se presenten libremente a las elecciones sin pasar por las horcas caudinas de sus listas de obediencia debida. Por eso la gente honrada no tiene cabida en la política, y deben éstos hacer sus “castings” de Gran Hermano parlamentario.
En España los terraplanistas se llaman demócratas, pues dicen que aquí hay democracia, lo que va contra toda evidencia de la falta de separación de poderes y principio de representación política. Su líder actual, el doctor Pedro Sánchez, frustrado erudito a la violeta, recorre el mundo buscando el mítico límite del mare tenebrosum, a riesgo de despeñarse en el abismo insondable. Últimamente recabó en el Foro Económico Mundial de Davos, ciudad en cuyo sanatorio de tísicos se atracaban melancólicamente algunos de los personajes de La montaña mágica de Thomas Mann. Allí, sin el más mínimo catarro ni inquietud intelectual, el presidente se congració de que los grandes poderes económicos no lo consideraran “un rojo peligroso”, a él, tan dispuesto a la sumisión socialdemócrata. También ha sentido recientemente la necesidad de contar con un relator o coronista de sus fazañas julianescas (de conde don Julián) en la Marca Hispánica, auténtico precipicio por el que sí amenaza hundirse; cosa que parece esperar pacientemente como premio de consolación Susana Díaz, que vive su particular otoño de oligarca, rodeada de sus fieles en el fuerte de los privilegios menguados.
Al tiempo que los del PSOE pierden el norte, Manuel Valls pide a Rivera que recupere el centro, que, según decía Antonio García-Trevijano, es una postura de gobierno y no ideológica. Apuestan los naranjas por una “geometría variable” de alianzas tras la votaciones, eufemismo geotétrico que oculta su inmoralidad inherente de partido pactista del régimen carente de cualquier principio propio. Un jugador de ajedrez Rivera, como lo definía su votante Gustavo Bueno, perdido en la vasta llanura de sus definiciones de democracia abstracta-taxonómica y concreta (en la que no cabe la de democracia formal, que le es ajena).
Mientras tanto, la Nueva Derecha (sub voce VOX), recurrirá a una empresa externa para “examinar” a sus candidatos a las votaciones autonómicas, triste prueba de que no son más que nuevos oligarcas del Estado de partidos que tienen secuestrada la representación política, que no permite que los ciudadanos se presenten libremente a las elecciones sin pasar por las horcas caudinas de sus listas de obediencia debida. Por eso la gente honrada no tiene cabida en la política, y deben éstos hacer sus “castings” de Gran Hermano parlamentario.
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