domingo, 23 de septiembre de 2018

REVISTA DE PRENSA





La actualidad viene marcada por el escándalo de la tesis doctoral del actual presidente de gobierno partidocrático, tras el de los másteres ad hoc de miembros del otro principal partido del régimen. Así, medios como OKDiario y ABC afirman que parte de la tesis del susodicho fue redactada por la propia directora de tesis y miembros del tribunal que la juzgó, y que éste fue confeccionado a la carta para beneficiar al candidato. Desgraciadamente, esto no debe sorprender. Así, hasta los años 80 los tribunales de titularidades y de cátedras en las universidades españoles eran elaborados por sorteo por el Ministerio de Educación. Después de la Ley de Reforma Universitaria esta facultad pasó a corresponder a los departamentos universitarios, dando pie a la espantosa endogamia existente en nuestras universidades, a la postergación de candidatos de currículum más sobresaliente frente al protegido de turno (que se ve ante un tribunal en que es el único candidato a la plaza en cuestión), y, en fin, a la soberbia y la impiedad con que se conducen los beneficiarios de esta corrupción institucionalizada correlativa de la política de la que ya hablamos aquí.

El tema de la inmigración ilegal sigue siendo un factor de división en la UE, entre la visión nacionalista de Salvini y la globalista de Macron, según indica The Spectator, y que marcará el futuro de Europa a partir de las próximas elecciones al parlamento europeo. En Italia, entretanto, como indica Il Sole y en España las cifras de emigrantes nacionales jóvenes con nivel de instrucción supera las cifras de la postguerra. ¿Cómo puede decirse entonces que hacen falta tantos inmigrantes? ¿Cómo puede decirse que van a pagar nuestras pensiones personas que van con un expediente de expulsión pegado a la espalda y condenadas a la economía sumergida, la explotación y el trabajo en negro? Incluso ONGs beneméritas colaboran en presentar como una emergencia humanitaria lo que no es más que un trasiego incontrolado de inmigrantes -que no refugiados- ilegales, sin que a nadie le importe lo que le pase a estas personas. Pagarles un billete para una gran ciudad esperando que ésta se los trague no es ninguna solución, sino una fuente de seguro conflicto. Así, Ilya U. Topper en un magnífico artículo en Mediterráneo Sur insiste en el engaño y la trampa en que se ven atrapados estos inmigrantes:

"Cada uno de los dos millones de inmigrantes y refugiados que llegaron a Europa en 2015 podría haber venido con tres mil euros en el bolsillo si se le hubiera permitido subirse a un avión de línea con un visado electrónico en el pasaporte. Bastante más de lo que han llevado encima muchos de mis amigos que se fueron de Cádiz a Londres a fregar platos. Un capital que se hubiera podido completar – clases de idiomas, asesoría – con el dinero que Bruselas ha dedicado al Frontex: 140 millones en 2015, 251 millones en 2016.
Claro que viendo las condiciones que una fábrica alemana está dispuesta a ofrecer a sus trabajadores, muchos de estos inmigrantes hubieran preferido cogerse el avión de vuelta para invertir los tres mil euros en algo más inteligente. En un negocio, una empresa local. Ahora no pueden. Atrapados en la espiral de la droga que es la inmigración ilegal – mortífera y creadora de mafias como cualquier narcótico ilegal – ni siquiera pueden hacerlo quienes, tras años de sudores, consiguen un empleo en Europa, pagan sus deudas, viven razonablemente bien. No. El paraíso artificial que han creado a ojos de su familia, allá en el pueblo, es tan alucinógeno que no tienen más remedio que gastarse todos los ahorros en un coche de segunda mano, preferiblemente de gama alta, cargarlo de regalos inútiles y viajar en verano al pueblo – en el Rif pueden verlo ustedes – para fardar de ser ganadores. Para enganchar al próximo pardillo.
A Europa le funciona. Nunca le faltará mano de obra esclavizada. La izquierda que salva vidas y la derecha que le recrimina que salve vidas – hipócritamente: sabe que necesita a estos inmigrantes – se complementan a la perfección. Salvamos vidas, ellos nos necesitan, ellos son pobres, nosotros somos buenos, somos generosos, demasiado generosos, despilfarramos recursos públicos en una Europa en crisis, ellos comen nuestro pan, moros fuera.
Ellos no nos necesitan. Nosotros necesitamos a ellos. Desesperadamente. Observe usted una curva de la población europea. La que muestra el número de personas en edad de trabajar y de pagar impuestos y la de personas con derecho a recibir una jubilación del Estado. Asústese.
Y no me diga que no hay trabajo. Lo que no hay son ganas de utilizar el dinero público en pagar trabajos para el bien común en lugar de usarlo para rescatar bancos. Ni ganas de obligar a utilizar el dinero privado en pagar a los trabajadores. ¿Ha intentado alguna vez visualizar en fajos de billetes las cifras que cada trimestre comunican las grandes corporaciones bajo el epígrafe de “beneficio neto”?"
El diario El País anuncia la intención del gobierno de crear una Comisión de la Verdad como una "contribución a la construcción colectiva de la memoria democrática española". Todo lo cual parece un paso más en el absurdo del concepto de "memoria histórica" ya refutado por el filósofo Gustavo Bueno:

La memoria histórica personal es el recuerdo del mundo histórico que a cada cual, o a su grupo, le ha tocado vivir, especialmente en un sentido activo. El peligro por tanto de la pretensión de convertir las memorias personales (o del grupo de personas), necesariamente parciales (partidistas), en memoria histórica objetiva o total es evidente. En realidad se trata de una pretensión reivindicativa. ¿Qué quiere decir la «memoria histórica» de los sucesos de octubre de 1934 en Asturias? ¿Qué es «memoria histórica» del proyecto de invasión de las guerrillas, a través del Pirineo, en 1945? ¿Qué es «memoria histórica» de la transición democrática? ¿Quién se atrevería a afectar imparcialidad científica en esta «memoria histórica» por antonomasia, para los españoles del presente?
La memoria histórica, en cuanto memoria personal, subjetiva o de grupo que es, tiene siempre un componente reivindicativo. Y no digo que la reivindicación no deba hacerse, digo que no debe hacerse en nombre de una «memoria histórica universal», común y objetiva, puesto que la memoria histórica es siempre memoria individual, biográfica, familiar o de grupo. Y esto explica por qué la llamada «memoria histórica» se oculta: porque no es memoria sino selección partidista. La memoria histórica es a la vez damnatio memoriae. Por ejemplo, la memoria histórica, que contradictoriamente, propone borrar un retrato de Girón, ministro de Franco, de la Universidad Laboral de Gijón. Que propone retirar del callejero de una ciudad los nombres de los «golpistas» que se alzaron contra la República; una memoria histórica que por otra parte no pide eliminar los nombres de otros golpistas contra la República, los de octubre de 1934, como lo fueron Ramón González Peña o Belarmino Tomás.
Por tanto, las reivindicaciones de las memorias personales, contra todo tipo de amnesia y de amnistía, no debe hacerse en nombre de la memoria histórica común, sino en nombre o bien de la memoria individual o familiar, o bien en nombre de planes y programas políticos o científicos. Esto explica por qué la llamada «memoria histórica» no es propiamente memoria, sino selección partidista; por qué se eclipsa de modo funcional, y por qué la «memoria histórica», paradójicamente, derriba las estatuas de Lenin o de Franco. Dicho de otro modo, la memoria histórica sólo puede aproximarse a la imparcialidad cuando deje de ser memoria y se convierta simplemente en historia.




Imagen: Jacobus van Looy


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