viernes, 25 de agosto de 2017

LA INQUISICIÓN PARTIDOCRÁTICA




Fritz Eichenberg




Igual que el Terror puede considerarse, según D. Antonio García-Trevijano, la Inquisición de la revolución francesa, es dado hacer lo propio con Hacienda en la partidocracia española. Este órgano del Estado resulta particularmente lesivo para los súbditos del régimen por su doble vertiente, la de organismo sangrador, por un lado, de sus bolsillos para el sostén del pantagruélico estado clientelar y parasitario con sus 17 miniyoes a modo de reyes de Liliputh insaciables, y, por otro, la de bastión insoslayable de la fe en la Partidocracia como el mejor de los regímenes posibles, que no composibles, como decía Leibnitz.

Prueba de ello, es el santo temor que inspira la Hacienda. Si Dios ha muerto culturalmente, como decía Nietzsche, es ésta la que ha tomado el relevo del antaño salutífero temor de Dios. Así, cualquier notificación de la Cosa provoca en el pequeño súbdito el temor y temblor (timor et tremor) evangélico, pues presiente que sus juicios son definitivos e inapalables, a la par que tremendamente onerosos al más mínimo desliz fiscal, sea intencionado o no. De tal suerte que los errores en las declaraciones del IRPF se saldan con una multa que supone mínimo la mitad de la cantidad declarada incorrectamente, más los intereses de demora, que pueden ser no pequeños, si como es frecuente, Hacienda espera hasta el tope legal (5 años) para comunicar su infracción al pecador fiscal. Este desvergonzado afán recaudatorio lleva a casos en los que Hacienda insiste en el cobro incluso cuando el infractor no ha sido notificado correctamente en su domicilio, sino en ajeno. Si al asustado interfecto no se le ocurre ir a los tribunales económicos pertinentes, sufrirá esta arbitrariedad y pagará religiosamente stricto sensu. Si, por el contrario, logra vencer su supersticioso temor y recurre a los tribunales, ganará claramente el pleito, como ocurre en más de un 51% de los litigios que se inician contra Hacienda.

Esa arbitrariedad vergonzosa se combina con el recordatorio recurrente de nuestra condición de pecadores, y de nuestra obligación de contribuir al sostenimiento del Estado, es decir, a la gestión de la clase política oligárquica en su propio beneficio y en la del oligopolio económico-financiero. Contamos con dos ejemplos muy recientes de este inmundo proceder: la reciente amnistía fiscal condenada por el Tribunal Supremo que ha premiado a delincuentes fiscales de importantes familias políticas y bancarias (pues muchos son los llamados, y pocos los elegidos), y la venta al Banco Santander del Banco Popular por la cantidad de un euro, que es la noticia que retumba en las redes. Nadie dice, empero, que el Santander recibirá del gobierno hasta 5.000 millones de euros en ayudas por dicha compra (de los que los accionistas del Popular no verán ni uno), dinero que proviene de las faltriqueras del rebaño de súbditos que sigue votando estúpidamente en este régimen de partidos que los pisotea sin piedad.

sábado, 12 de agosto de 2017

PROCUSTO CONTRA LOS TURISTAS





Jacques Henri Lartigue




Procusto, o más correctamente Procrustes, era el nombre mitológico de un bandido y posadero, que vivía en la ruta entre Mégara y Atenas. Allí tenía dos lechos, uno corto y otro largo, y obligaba a los viajeros a tenderse en uno de ellos: a los de talla alta en el corto, cortándoles los pies para ajustarlos a la cama, y a los bajos, en el largo, descoyuntando sus huesos para estirarlos y adaptarlos a él. El lecho de Procusto se ha convertido, así, en una expresión proverbial para indicar la adaptación a una norma previa arbitraria.

En el mundo actual, cuyos rincones están casi totalmente explorados, la figura del viajero está en regresión; no obstante, sigue contando con un gran prestigio, frente, como es el caso, al del turista. Odile Gannier en su libro La littérature de voyage establece las diferencias y semejanzas entre los tipos humanos del viajero, el turista, el peregrino y el nómada. Viajero y nómada comparten, pues, la característica de la incertitud del destino y duración de su viaje, y son los únicos sujetos a la posibilidad del viaje iniciático -aquél que se aparta de su propósito inicial para provocar una catársis en su protagonista-, como el descrito por Michel Tournier en su novela Vendredi ou les limbes du Pacifique. La autora invoca, asimismo, testimonios literarios del desprecio del viajero por el turista, tenido como un usurpador, aunque, como señala paradójicamente Gannier, el viajero se ha convertido en nuestros días en un adelantado o explorador que allana el camino del futuro turista, vía, por ejemplo, de la producción de guías de viaje.

En España, sociedad antaño tradicionalista y agraria, que miraba con desconfianza al forastero, fuera viajero o turista, se produjo un cambio en los años 60, cuando el régimen franquista la declaró oficialmente abierta al turismo extranjero bajo el lema Spain is different. Los turistas comenzaron, entonces, a ser observados con benévola curiosidad no exenta de libidinosidad en el caso de las ya míticas suecas, objeto del deseo en una miríadas de películas de la época, donde unos españolitos breves y velludos daban saltos en su complejo de inferioridad detrás de estas ebúrneas presencias alóglotas.

Sorprenden, por lo tanto, los ataques al turismo por parte de los nacionalsocialistas catalanes y vascos. Procustos redivivos, tienen, paradójicamente, un lecho largo para toda clase de inmigrantes o refugiados que están dispuestos a ocupar sin fin, apretujando que no estirando a éstos, y, por otro lado, tienen un lecho corto, el de su ideología anticapitalista, periurbana, nacionalista, ergo, profundamente reaccionaria, en el que no cabe el turista. Y no es precisamente al turista de botellón al que combaten principalmente, sino al que va a restaurantes o toma autobuses o trenes turísticos, es decir, el representante, en su mentalidad cazurra, del capitalismo en sus manifestaciones de libertad de movimientos y posibilidad de intercambio económico, así como la encarnación del viajero en su más noble esencia, el que LES revela, con su presencia, la existencia de un mundo que desborda al de su aldea partidocrática.

viernes, 4 de agosto de 2017

TERRORISMO Y PARTIDOCRACIA





Marcel Dzama



La historia del terrorismo en España no tiene parangón con lo ocurrido en otros países de Europa. De las bandas terroristas que tuvieron su eclosión en los años 70 del siglo XX, como la Baader-Meinhof en Alemania o las brigate rosse en Italia no queda ni rastro. ¿Por qué, entonces, la organización ETA ha sobrevivido hasta nuestros días? En mi opinión, se debe a su filiación nacionalista, y a la particular partidocracia existente en España tras la muerte de Franco.

La ETA, presunta hija descarriada del PNV, aumentó exponencialmente su actividad con la instauración de la monarquía franquista de partidos. El pecado original de la ausencia de ruptura democrática con el régimen alimentó el sentimiento de culpabilidad de los veterofranquistas (UCD y AP) y de los consentidores del régimen recauchutado (PCE y PSOE) hacia las reivindicaciones de los nacionalistas, que sólo inspiraban desprecio a los dirigentes izquierdistas de la República en guerra como Azaña y Negrín; aquéllos, pues, supieron hábilmente recoger las nueces del árbol que ametrallaban los asesinos etarras a guisa de poli malo. No obstante, el quimérico proyecto de la ETA, que consistía en incitar un estado de excepción, que llevaría -en su opinión- al levantamiento del oprimido pueblo vasco en vistas a la constitución de una Cuba cantábrica, era inviable, y de la primitiva fase de Guerra Sucia a base de los Escuadrones de la Muerte de Felipe González, el Estado partidocrático, sobre todo a partir de Rodríguez Zapatero, ha optado por la vía de intentar integrar a los terroristas en el sistema de partidos estatales proponiéndoles que se convirtieran, a su vez, en otro partido del régimen, subvencionado por el estado con sus cuotas de poder, prebendas y clientelas. 

Esa política de mano tendida explica episodios como los de De Juana Chaos y Bolinaga, que inciden en la indignidad programática de la partidocracia. Su corrupción, pues, y su inmoralidad originaria permiten alistar en sus filas a antiguos asesinos, obviando toda noción de justicia, sustituida por el religioso concepto del arrepentimiento, y con un absoluto desprecio a la nación a la que no representa, pues nada de esto es inseparable del proceso de desnacionalización y proporcional estatalización que lleva necesariamente a llenar todo el espacio de lo público en tal régimen antidemocrático.