Entre 1938 y 1965 Arthur Kaufmann compuso su tríptico Die geistige Emigration, "la emigración intelectual", en el que retrata a un grupo de representantes del mundo de la artes y las ciencias de lengua alemana, huidos a Estados Unidos desde el dominio del III Reich nacionalsocialista.
Estas personas perdieron su libertad de expresión en sus países de origen, pero no la de pensamiento. En la Europa de nuestros días, y centrándonos en España, existe un modo de totalitarismo difuso que ataca directamente a la libertad de pensamiento. Es lo que ha venido a llamarse consenso, que, como modus agendi de la oligarquía política, ha acabado permeando a la sociedad civil. El consenso es en sí antidemocrático y antiintelectual, pues exige el sometimiento a una postura apriorística, en nombre del acuerdo y la concordia, eufemismos de una servidumbre voluntaria que es característica de las sociedades civiles sometidas a los regímenes partidocráticos como el español.
Llegar a un consenso, pues, es la ambición máxima de cualquier reunión o encuentro, sea en la administración o en la sociedad en general. El disenso, por otra parte, sufre además el acoso combinado de lo políticamente correcto, el comunitarismo, la ideología de género y el buenismo, rasgos de la ideología nihilista socialdemócrata, que se caracterizan por su afán de modificar y controlar el lenguaje como vía directa de control del pensamiento.
Así pues, la persona que no quiera limitarse a repetir los eslóganes que le han enseñado en la escuela o en los medios de comunicación, se encontrará con recursos asumidos de autocensura mental, que le llevará a evitar lo que pueda considerarse conflictivo, capaz de herir susceptibilidades, o lo que se afirme con cierta rotundidad y seguridad.
Estamos, en fin, en una época en que adquiere plena validez la afirmación de Thomas Mann de que el que desafía las ideas hechas de una sociedad es un héroe.
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