Al día siguiente de las votaciones (que no elecciones, que eso es otra cosa) municipales del 28-M salió el presidente del gobierno para anunciar votaciones generales el 23-J, con evidente deseo de "contraprogramar" como se dice ahora en los medios, y hacer pasar a un segundo plano su derrota en las urnas; era también un cálculo, no ya partidista, sino personal, el que le llevaba a proponer esa fecha, calculada, según sus previsiones, para obtener el mejor resultado posible, presentando al PSOE -ya se sabe, "la casa común de la izquierda", el partido que, de acuerdo con el llamado PSOE state of mind ha determinado la vida política, social y cultural de la sociedad española desde que se configuró como heredero de la base social del franquismo- como la opción de voto útil frente a los partidos a su "izquierda" a los que acababa de pillar por sorpresa en medio de sus divisiones cainitas, frente al PP -su cara B en el fondo, su marca blanca, tan globalista y otanista como el partido de la rosa- y sus adláteres de "extrema derecha". Un magistral órdago a la grande de un trilero de la partidocracia, quizás el más señero que han dado estos tiempos.
Igual que en el Callejón del Gato valleinclaniano, las imágenes deformadas de nuestro régimen político que devuelven los medios son cada vez más extravagantes al par que veristas, y sólo la ignorancia, el cálculo de beneficio y de medro, y el sectarismo que, basado en el principio de identificación -que no de representación- que fundamenta el Estado de partidos, lleva a millones de votantes a actuar como fanáticos hinchas de fútbol, sostienen la mentira fundacional del poder político.
La política es la lucha por el poder (y los cargos, y la creación de redes clientelares) que, si no se desarrolla en el marco de una democracia formal -separación de poderes en origen y representación política vehiculada en un sistema electoral mayoritario con elecciones separadas para el poder legislativo y el ejecutivo-, se basará en la corrupción como factor de gobierno, y en el consenso como tapabocas de la disidencia.
Sería ingenuo, por otra parte, pensar en la democracia "para un solo país", pues lo que propio de un partidocracia es que sus oligarquías -que no representan a la nación en un ningún parlamento elegido al efecto- se vendan y vendan los activos nacionales a la potencias que controlan los flujos de deuda, que permiten a estas castas mantener sus aparatos estatales de despilfarro.
Este sometimiento a los intereses extranjeros está siendo sangrientamente notorio en el caso de la intervención de Rusia en la guerra civil de Ucrania, convertida en una guerra de desgaste contra aquélla por parte de EE.UU. y la OTAN, contra los intereses económicos de los países europeos, "el mundo libre" partidocrático. Así, hemos podido ver al sr. Borrell, Mr. Abengoa, que habla en nombre de todos los europeos sin que nadie lo haya elegido democráticamente, pedir el rearme conjunto de la UE, lo que beneficiará -quien lo diría- a la industria de la muerte norteamericana, aunque eso perjudique ahora a partidas de gasto social. Borrell, procedente de las más refinadas capas europeístas del corrupto PSOE, es un palmario representante de esa clase partidocrática transnacional que se instala por el dedo de amigos -en este caso Von der Leyen, ambos con un común amigo norteamericano- al frente de instituciones que deciden sobre las vidas y las haciendas de millones de personas, carentes de control ciudadano.
Es, pues, una perfecta dictadura lo que se nos vende, envuelta en aparentemente filantrópicos proyectos como la siniestra Agenda 2030, destinada al sometimiento de la población a los intereses del capitalismo globalista, que, eso sí, convive sin ninguna contradicción con la promoción de la guerra en territorio europeo, como si viviéramos en la euforia belicista previa a la Primera Guerra Mundial, y donde faltan los Romain Rolland que apuesten por la paz, solos contra el mundo.
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