Tras las elecciones del pasado julio, que Ignacio Ruiz-Quintano decía que han servido fundamentalmente para reasignar cuotas de tertulianos en las televisiones, el juego del "Consenso democrático" -es decir, la unanimidad que esconde la corrupción del reparto del poder del Estado por parte de los partidos del régimen del 78- se ha vuelto particularmente movido: El actual presidente del gobierno partidocrático y líder absoluto de su partido según la Ley de hierro de las oligarquías necesita, aparte de los votos de la ralea separatista (que curiosamente se afirma como apoyo de un "gobierno progresista" cuando hunde sus raíces en el más rancio Carlismo clerical), los de un golpista huido de la justicia, que juega a las cartas en Waterloo sin necesidad de artillería, esperando la visita de una alta representante del tal "progresismo", que comete supuestamente delito por ello.
Los defensores del Estado -ingenuos, ignorantes o corruptos- sostienen que si no se vota, no se tiene derecho a quejarse. Muy al contrario, es al votar cuando uno no debería quejarse de lo que está pasando, pues contribuye con su voto al mantenimiento de la corrupción como factor esencial de gobierno, a la destrucción de la nación como sujeto político y al empobrecimiento de la población en favor de las oligarquías económico-políticas.
Asistimos, así pues, a un político, muy aperreado antes y después de las votaciones, que ahora perrea por mantenerse él en el poder cueste lo que cueste, y todo esto no provoca no ya la indignación, sino el mero estupor moral entre los no ciudadanos, sino súbditos de una Monarquía de partidos de los que sólo se espera que ratifiquen cada cuatro años las listas electorales con las que el líder de cada partido se asegura su capacidad de obtener poder y repartirlo entre sus lacayos, que hagan frente en silencio a una creciente presión fiscal para mantener un henchido multiestado prebendario, y que se mueran lo antes posible, para los que se les ofrece una Ley de la Eutanasia, que no más fondos para la de Dependencia.
Ese perreo se manifiesta, por ejemplo, en el coqueteo de los medios gubernamentales con la idea de la amnistía para los golpistas exigida por el héroe de Waterloo, para que éste se digne pasarle la mano por el lomo al candidato "progresista" y votarle (también está lo del uso de las lenguas cooficiales, pero eso no tiene nada que ver con la lengua, sino con el deseo del fascio separatista de bajarse la cremallera mostrando que su aparato no se mide en centímetros, sino en palabras). Defienden, pues, estos medios subvencionados que no se habla de amnistía en la Constitución no prohibiéndola, pero tampoco se habla en ella de la ablación de clítoris, y eso no quiere decir que se la permita. Nuestra Carta Otorgada -la que no nos dimos entre todos, sino la que redactaron representantes del régimen saliente con el entrante-, por otra parte, prohíbe expresamente en su articulado los indultos colectivos, que es lo más parecido -aunque menos grave-, a la amnistía. Mientras, la llamada "oposición" sólo muestra su lado más descorazonador de funcionarios del poder a la espera de promoción interna, liderada por un excacique autonómico, que implantó en su Autonosuya el mismo régimen de limpieza lingüística respecto al español -no lengua de Castilla, sino de todos- que en Cataluña.
Es curioso ver que las máximas autoridades de la UE como Von der Leyen, ¡oh, Borrel! y Lagarde, acceden a sus miríficos cargos con problemáticos dosieres a sus espaldas desde sus países de origen, y aún así deciden, sin haber sido elegidas por ellos, sobre el futuro de los habitantes de la UE, ese "inmenso campo de concentración" del que habla Diego Fusaro. Nada importa si destruyen la agricultura europea, y empobrecen a la población en nombre de autoproclamadas "alarmas climáticas" -pues ya lo de "cambio" o "crisis" no sirve para acelerar las medidas que quieren implantar, para conseguir, entre otras cosas, que, ante los imposibles costes, las empresas europeas de punta emigren a los E.U. de Wokistán-, pues de lo que se trata es de obedecer al amo norteamericano y a sus lacayos de la OTAN, y podrán asegurarse de tal suerte futuros asientos y oceánicos sueldos en organismo internacionales del ramo. Cosa, finalmente, a la que no deja de aspirar también los candidatos presidenciales que se muestran más perrunamente serviles a estas consignas aparentemente "climatófilas" (Eso sí, a Borrel no parece preocuparle las consecuencias climáticas que pueda tener su afirmación de que el objetivo principal de la política europea es que Ucrania obtenga un victoria imposible sobre Rusia).
Ante este terrible panorama, unos se ponen a mirar al rey, pero éste no va a solucionar nada, sino más bien lo contrario, como recordaba Antonio García-Trevijano, citado por Ignacio Ruiz-Quintano:
El poder meramente simbólico del Rey permite a los nacionalismos utilizar el reconocimiento de la Corona como único lazo de unión con el Estado español, para funcionar de hecho como estados independientes.
En fin, sólo queda resistir, y hablar alto y claro, mientras se pueda.
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